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Individualidad y pacto

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“El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo” (Friedrich Nietzsche) En 1860, una de las primeras defensoras de los derechos de las mujeres, Elizabeth Cady Staton, afirmó en un discurso en la American Anti-Slavery Society que “hay una clase de matrimonio que aún no se ha intentado, la del contrato entre partes iguales que lleve a una vida de igualdad, con iguales restricciones y privilegios para ambas partes”. Con estas palabras, ya en esa temprana época, esta autora dejaba en evidencia un gran problema en las relaciones matrimoniales, los contratos o matrimonios pactados, habitualmente se hacían en función del varón y no de la mujer. De hecho, muchas autoras sostenían que el matrimonio, tal como estaba concebido, era una institución en la que sólo una parte, el marido, ejercía un poder similar al de esclavista sobre su espos

En defensa del placer


De alguna forma se ha colado en el consciente colectivo que sentir placer es pecaminoso o que está tejido con rasgos negativos que deben ser evitados. De esa forma, se tiñe de sospecha cualquier apelación a lo placentero y agradable, como si vivir fuera una larga penitencia que sólo sirve para demostrar que se es digno de recibir un premio luego de una existencia viviendo en la desolación y el dolor.

En defensa del placer y el concepto de pecado

Roberto Carlos, el cantante brasileño, en uno de sus cantos dice: "Será que lo que a mi me gusta es Ilegal, es inmoral, o engorda". Con dicha ironía presenta uno de los dilemas de muchas personas del mundo occidental, vivir permanentemente sospechando que de un modo u otro, el placer le está negado al ser humano que debe, para ser bueno y correcto, negarse a sí mismo cualquier apetencia que señale a la gratificación propia.
La historia no es nueva, tiene una larga data. La sospecha hacia el placer está vinculada a una concepción filosófica dualista que partió estableciendo que lo material era malo en sí mismo, el gnosticismo, de raíces orientales, supuso que lo verdadero y bueno estaría en el mundo de lo ideal, en el alma y en lo espiritual. Dicha idea se trasladado a occidente de la mano de la religión, cuando autores como Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, artífices de la cultura occidental, imprimieron dicho concepto en sus libros que fueron estudiados y transmitidos por siglos, hasta llegar a lo que tenemos en la actualidad, un dualismo que parte de la base que lo material está en un ámbito
Por muchos siglos se le dijo al ser humano que debía autoflagelarse porque el placer o cualquier atisbo de satisfacción era incorrecto, pecaminoso y falto a la esencia de la salvación. Dichas ideas aún permean occidente y están en la base de muchas conductas absurdas que perduran en la mente de generaciones que ven con sospecha cualquier gratificación placentera.

La sospecha del placer

Es cierto que el placer por el placer, puede resultar a fin de cuentas una tarea ardua y en alguna medida como falta de sentido en sí misma. El dinero, por ejemplo, es un medio, no produce felicidad pero ayuda a tener servicios y acceso a bienes que definitiva e innegablemente producirán placer.
Como señala José María Romera: "Nuestra felicidad está tejida de pequeñas alegrías, de instantes agradables, de satisfacciones grandes o mínimas que dependen tanto del objeto como del sujeto". Sin embargo, dicho estado es subjetivo y depende no sólo del sujeto, sino de múltiples situaciones. Por ello, calificar el placer es una cuestión, en muchos casos, individual e intransferible.
Es probable que alguien crea que esto de la búsqueda del placer ha sido superada con creces en la época actual, porque atrás ha quedado el estoicismo que enseñaba que el deber era más importante que el placer, sin embargo, el asunto es engañoso. Muchos siguen sintiendo una penosa culpa por sentir estados placenteros, como si el permitírselos fuera un acto transgresor.

El placer y el ser humano equilibrado

El goce sensual es parte de la vida humana, negar dicho estado es de algún modo anular la esencia de la humanidad. La sexualidad, la comida, la recreación, la música, y muchas otras acciones que llegan de cerca al ser humano simplemente son expresión de algo que los seres humanos pueden vivir a plenitud sin tener que reprimirlo.
Se instala una especie de paranoia colectiva si se está continuamente sospechando del placer. Eso conlleva una cantidad de estados insanos que sólo perjudican el equilibrio humano. El placer es tan necesario como respirar. Quienes se niegan a sí mismos el vivir momentos placenteros, tarde o temprano se entrampan en enfermedades asociadas al equilibrio de la mente, que necesita vivir el goce sin estados de culpa.
La ética medieval rechazó de plano el cuerpo y el placer, convirtiendo todo lo relativo a lo sensual como algo pecaminoso. Han pasado siglos, pero pareciera que occidente no termina por sacarse ese peso moral de encima. Aún persisten las dudas respecto a lo placentero como un acto humano real, auténtico y necesario.
No son pocos los autores que en el último siglo en especial, han reflexionado sobre la necesidad de regresar a un equilibrio que implique dejar de caracterizar lo placentero como algo inmoral o impropio, y asignarle un lugar humano correcto. Al parecer, se va imponiendo la necesidad de buscar un equilibro entre el exceso (búsqueda del placer irresponsable) y el defecto (negación total del placer), para encontrar un justo medio que enseñe a gozar del placer, simplemente, porque es propio y natural.

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Se prohíbe la reproducción total o parcial del presente 
artículo sin la autorización expresa del autor.
Originalmente publicado en Suite 101

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