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Individualidad y pacto

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“El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo” (Friedrich Nietzsche) En 1860, una de las primeras defensoras de los derechos de las mujeres, Elizabeth Cady Staton, afirmó en un discurso en la American Anti-Slavery Society que “hay una clase de matrimonio que aún no se ha intentado, la del contrato entre partes iguales que lleve a una vida de igualdad, con iguales restricciones y privilegios para ambas partes”. Con estas palabras, ya en esa temprana época, esta autora dejaba en evidencia un gran problema en las relaciones matrimoniales, los contratos o matrimonios pactados, habitualmente se hacían en función del varón y no de la mujer. De hecho, muchas autoras sostenían que el matrimonio, tal como estaba concebido, era una institución en la que sólo una parte, el marido, ejercía un poder similar al de esclavista sobre su espos

La vieja costumbre de culpar a los padres


Nadie ha tenido padres perfectos. Todos los seres humanos han sido afectados en mayor o menor medida por lo que los padres hicieron o dejaron de hacer. Hasta allí es posible estar de acuerdo. El problema es cuando personas adultas siguen culpando a sus padres por los errores que han cometido en el transcurso de su vida. ¿Hasta qué punto es sana dicha actitud?

La disyuntiva de culpar o hacerse cargo

Es humano buscar chivos expiatorios. Pero, proyectar en otros las culpas personales es evadir responsabilidades y una forma de negación. Para crecer es necesario hacerse cargo. Como decía Agustín de Hipona, “el ser humano es arquitecto de su propio destino”.

Qué hacer ante padres que merecen la culpa

A veces los padres premeditadamente o inconscientemente, causan daño a sus hijos.
Cuando la acción es premeditada es más difícil vivir con el sentimiento que provoca dicha acción. En dicho contexto, es normal que los hijos tengan sentimientos de rechazo hacia sus padres. Especialmente si éstos le negaron su compañía, amor incondicional y protección.
Es difícil que los hijos puedan demandar a sus padres por daños y perjuicios, a menos que la situación sea flagrante. Tampoco es posible ser obligado a amar a una persona, ni aun cuando sean los padres.
Todo eso es atendible, no obstante, pensar que lo que los padres son la única causal de nuestras desdichas es no entender la dinámica de la vida y de la madurez. En algún momento es preciso desembarazarse de esa carga que agobia y aceptar que si bien los padres cometieron errores, premeditados o inconscientes, cada ser humano es responsable del sentido que le asigna a su vida.
Como dice la escritora J. K. Rowling, autora de la saga de Harry Potter, en un discurso dado a graduados de Harvard: “Hay un momento en la vida en que debes dejar de culpar a los padres por guiarte en una dirección equivocada. Cuando ya eres lo suficientemente mayor para tomar las riendas de tu vida, la responsabilidad siempre es tuya”.

Sanar las heridas de los padres

La frase de este encabezado es premeditadamente ambigua. ¿Pueden los hijos hacerse cargo de las heridas que los padres se han ocasionado a sí mismos o que han recibido de otros? Es muy difícil, porque los hijos no están en la vida de los padres para sanarlos. Al revés, pueden los hijos ser sanados de las heridas ocasionadas por los padres. En ocasiones se facilita cuando el progenitor pide perdón y trata de enmendar en algún modo lo que ha realizado. En ese caso, la situación se torna más sencilla. El problema es cuando eso no ocurre.
En muchas ocasiones es más sano cortar con los padres, cuando no quieren enmendar su conducta, que vivir culpándolos por lo que ocurre en la vida del individuo. Perdonar implica otros mecanismos más complejos, pero si, dejar ir y no vincularse con progenitores que de un modo u otro no sólo han dañado, sino que continúan ocasionando dolor por su falta de compromiso con sus propias responsabilidades, es más sano que vivir rumiando heridas.

El doloroso camino de crecer

Crecer es doloroso. No sólo implica aprender por ensayo y error, sino es preciso enfrentar las consecuencias de malas decisiones. En muchas ocasiones se tendrá que dar un giro a la existencia, entendiendo que se ha tomado un sendero equivocado. Eso es parte de la vida.
Se hace complejo caminar cada día cuando la persona se inmoviliza a sí misma culpando a otros por lo que ocurre a su paso. La negación es una manera de no enfrentar a realidad y en muchos sentidos exponerse a situaciones peores.
Una persona que realmente está creciendo, entenderá cuales son las responsabilidades de los demás, pero se hará cargo de su propia existencia, sin culpar a otros por lo bien o mal que le vaya.

¿Hasta qué punto los padres son responsables?

Es fácil olvidar, en el fragor del debate, que los seres humanos son producto de un conjunto de situaciones donde los padres son uno de los actores, importantes, trascendentes, pero no únicos. Sostenerlo así es darle una importancia mesiánica a la paternidad obviando la influencia de la sociedad, de los conflictos sociales y de los valores que se transmiten por otras vías. En ese caso, se caería nuevamente en el problema del “chivo expiatorio”, sin que el individuo afectado cargue con su responsabilidad.
Culpar a los padres es en muchos casos una forma de eludir las responsabilidades personales en la construcción de la vida. Asumir la propia vida con todo lo que implica en términos de riesgos y consecuencias, es una parte vital del crecimiento, de otro modo, no se avanza. Si no, ¿cómo explicar que hijos de los mismos padres tienen conductas disímiles?
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Se prohíbe la reproducción total o parcial del presente 
artículo sin la autorización expresa del autor.
Originalmente publicado en Suite 101

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